miércoles, 28 de enero de 2009

El niño carioca

La primera noche arriba del barco se acercó ofreciéndome algo para tomar. Ni siquiera había desarmado la valija, mucho menos podía pensar en elegir un trago de los miles que figuraban en la carta. Estaba sola, sentada en uno de los bares del piso seis.

-“Nunca supe cual de los dos tragos es más liviano ¿La caipirinha o la caipiroska? De todos modos, dame la primera”, respondí y seguí mirando por la ventana redonda que estaba a mi lado. Daba justo a una de las pasarelas del barco y de ahí podía ver el mar. No había viento y el cielo estaba despejado.
En otro de los salones del mismo piso, un grupo de señores y señoras mayores bailaban al ritmo de la salsa. Un espectáculo digno de ser visto y un buen momento para aferrarse a la copa y no soltarla hasta la última gota.

-Caipirinha. Voce está sola?
-Sí. Viajo sola.
-Porqué?
-Vine por trabajo.
-Ahhh, fotógrafa
-No, periodista
-Mi nome es Jefferson
-Ninna. Mucho gusto.


Y mientras algunos bailaban en el salón de al lado y otros empezaban su viaje perdiendo unos cuantos dólares en el casino, le conté gran parte de mi vida a Jefferson. Entre trago y trago me comentó que vivía en Río y que esperaba ansioso la ultima parada del barco para visitar a su familia. Con tan sólo veinte años, hacía siete meses que no los veía. Era el más chico de una familia de ocho hermanos. Su trabajo en el barco le daba la posibilidad de mandarle dinero a sus padres que no tenían trabajo y así poder ayudar con la educación de sus sobrinos.
Pese a esto, “el niño carioca”, como lo bauticé aquella noche, no paraba de reírse. A cada frase le seguía una carcajada y su palabra preferida era caralhio.
Jefferson me hacía acordar a un compañero del colegio secundario, también brasileño, por cierto. Caminaba casi en puntitas de pie y a cada paso pegaba un saltito que acompañaba con el movimiento de los hombros.
Esa noche, charlamos largo y tendido y a partir de ese momento decidí adoptarlo como mi camarero personal.
Hacia ocho horas que el crucero había zarpado del puerto de Buenos Aires y ya comenzaba a adaptarme a la vida en altamar.
Aquella noche, “El niño carioca” supo prestarme su oído a pesar de las diferencias del idioma y la edad.





















(Foto: Celeste Buey)

miércoles, 21 de enero de 2009

Dia 2: El barco VS N


9.:00 Hs: Desayuno en el balcón del camarote. De un lado está la Isla Gorriti del otro Punta del Este. La vista es increíble. Reina un silencio absoluto. Es un día de sol.

11:00 Hs: Subo a la cubierta para tomar sol. Camino un poco por el barco. Todavía no pude conocerlo bien. Creo que hoy voy a dedicar gran parte de la mañana a recorrer. Saber en que piso está cada cosa. Tengo entendido que hay gimnasio, spa, salón de belleza. Esto es gigante y hay mucha gente. De todo tipo, color, tamaños y edades. Pero, por ahora, voy a relajarme.

Me acuesto en una reposera. Intento bajar el respaldo, pero no puedo. Tardo más de lo debido. Seguro que más de uno le debe estar comentando a su mujer “Mirá esa boluda. Hace 15 minutos que está luchando con el respaldo de la reposera”.
Es que en este barco es todo tan difícil. Anoche tarde siglos en abrir la ducha. No entendía bien el sistema. No tiene canilla ni nada que se le parezca. Hay una bañadera y dos roscas que no son canillas. Son dos perillas que sirven para regular la temperatura del agua.
Tuve que llamar a recepción para que alguien me ayude. Fue así como conocí a Agus. Sí. Paradójicamente mi roomservice Attendant se llama Agus. Y no es un error de comprensión. Le pedí que me lo deletreara y todo.
Agus nació en Tailandia. Anoche, mientras me explicaba como abrir la canilla de la ducha me contó que desde hace cinco años trabaja en el mismo barco. Me preguntó si yo estaba sola y si quería que separara la cama por si venia alguna prima, madre o amiga. Le respondí que viajaba sola.
-"Completely alone?", preguntó y miró el oso que estaba arriba de la cama.
Habrá pensando que tengo problemas, pero lo cierto es que cuando me voy a algún lugar, lejos, necesito llevar mi oso para no sentirme tan sola. Necesito convertir el nuevo espacio en mi lugar de pertenencia. Asique me lo traje a Angeloso.
-"Yes. Alone", respondí.

Una señora ve que sigo luchando con la reposera.
-"Tenés que tirar de la piola para abajo"
-"Ah, gracias"
-"¿Y la ducha? ¿Viste lo que es abrir la ducha?...jajajaj"
Me da la sensación de que la señora me está cargando. Siento que ese tal Agus le dijo que en el camarote 1089 hay una rubia boluda que no sabe como abrir la ducha del baño.
No me importa. Acá todo me importa muy poco.

Tomo sol. Miro la gente pasar. Escucho conversaciones ajenas, algo que no puedo dejar de hacer. Soy una chusma crónica y acá me potencio. Lo admito.
Camino por la cubierta. Veo el mar. Faltan dos horas para bajar en Punta del Este. Esto es increíble. No puedo estar mejor.
¿Cuantos pasos habrá entre la Proa y la popa? ¿Será mito lo del mareo en el barco? Porque a mi no me pasa nada.
Estoy un poco ansiosa. Definitivamente, lo estoy. Un margarita no me vendría mal.

miércoles, 14 de enero de 2009

Leven anclas


Cierro mi valija con la esperanza de dejar en altamar los sentimientos que, hasta el día de hoy, me mantuvieron anclada a mi realidad. La que yo misma fui armando a imagen y semejanza de lo que conozco y de lo que me enseñaron. Hoy busco nuevos caminos.
Anoche un viejo amigo sentenció: “Por algo te vas ahora y así. Todo es por algo”.
Esa frase quedó rebotando en mi cabeza durante toda la noche, hasta ahora. A punto de embarcarme en el crucero.

Voy en la parte trasera del auto. Mi hermano mayor me lleva y, como siempre, me da las indicaciones (que él cree) necesarias para que tenga un viaje en orden y en paz.
Llego al puerto de Buenos Aires y veo un mundo de gente. Estoy segura de que si pudiera verlos desde arriba parecerían hormigas que se mueven de un lado al otro. Van en fila cargando sus equipajes.


Espero. Mi valija y yo esperamos a una tal Débora, la persona que me invitó a hacer este viaje con la intención de que después le devuelva el favor haciendo una nota. Débora tarda más de lo debido. Mi celular suena y una voz del otro lado me dice que el check in para prensa se hizo a las 11 de la mañana y que me enviaron un mail para informarme. “Vas a tener que esperar a Débora. Quedate al lado del cartel que dice Grupo Prensa y otros. Que tengas buen viaje”, dice y corta el teléfono.


“Empezamos mal. Ya estoy acá. No me puedo ir. No me voy a ir. Sería una estupidez irme. El check in está lleno de jovatos ¿Qué es esto? ¿Una congregación del PAMI? Bueno, voy a tomarlo como unas vacaciones para pensar. Algo divertido voy a encontrar para hacer arriba de un crucero a Brasil. Hay casino, gimnasio, salón de belleza, spa, teatro, pileta, jacuzzi…me la voy a rebuscar.
Llevo esperando más de 45 minutos para embarcar. Esto es un chis…”

-¿N?
-Sí
-Te pido mil disculpas. No sé que pasó. Tendrían que haberte mandado un mail avisándote que cambió el horario del check in. Igual, despreocúpate. No vas a hacer toda esta fila. Entregale tu DNI a ese señor y subí a al micro que es el que te lleva hasta el barco
-Ok
-Tu camarote es el 1089. Yo estoy en el 1016 ¿Viajas sola?
-Sí
-Bueno cualquier cosa que necesites ya sabes donde encontrarme. Que tengas buen viaje
-Gracias(Eso espero)

El micro empieza el recorrido por el puerto. Hay pilas de containers de todos los colores tirados por distintas partes con insignias que no sé que significan. Las familias esperan ansiosas por subirse al barco. Una señora le saca fotos a su marido y lo obliga a que sonría. Al otro lado, una pareja de recién casados se toman de la mano, se besan y sonríen. Destilan amor.
"Cómo me hubiera gustado que estés acá", pienso.
Mi cabeza es una batidora. No sé muy bien que sentir. Por un lado, estoy feliz. Me estoy yendo diez días por trabajo a un crucero. Más de uno desearía estar en mi lugar. Por el otro, es la primera vez que me voy sola de viaje. Sola. Mis demonios y yo. Espero que nos llevemos bien. Que sepamos convivir en armonía.

El micro bordea la zona de containers y lentamente se estaciona frente a la inmensidad de un barco que no tiene pinta de crucero. Es enorme gris y negro. Sucio. Muy sucio. Giro mi cabeza y ahí está. Un gigante blanco y azul que brilla bajo los rayos del sol del viernes 12 de diciembre de 2008.

En el piso 10 está mi camarote. Ahora pienso qué voy a hacer en la inmensidad de este cuarto. Me pregunto a quien voy a abrazar cuando me quiera dormir en una noche de lluvia.
Suena una sirena. Una voz en italiano nos informa que el barco zarpa rumbo a Punta del Este. Abro las ventanas y salgo al balcón para despedirme de mi ciudad querida.
El barco entra en movimiento.
Yo cierro los ojos y dejo que los buenos aires golpeen mi cara.